jueves, 25 de noviembre de 2010

LA RUINA.


- Buenos días. Soy Ricardo Sogranez, de la Consejería Económica de Presidencia. ¿ el Sr. Mera por favor?.
-Si, soy yo...
-Mirujté, le llamamos porque según su historial es usted un experto en ruinas y guerras perdidas. Habrá usted oído de la situación y quisiéramos contar con su opinión...
- En primer lugar soy un experto en ruinas y guerras perdidas porque soy gallego, y eso te cae, no lo buscas. Además soy socialmente rebelde y eso lo busco. Trato de restaurar las ruinas y eso es otra guerra perdida, eso también lo buscas...
-Oiga, que yo no le llamo para que me cuente su coñazo de vida.
-Pues yo creía que querían contar con mi experiencia.
-...!
- De esta tierra y de otras, en los años cincuenta y sesenta salieron millones de personas. Eran jóvenes oficiales: mecánicos, albañiles, carpinteros, marineros que se fueron a otros países, y dieron su juventud, trabajando a cambio de una vida digna y ser tratados como personas. La generación siguiente de obreros pasó de aprendiz a oficial, o directamente a empresario, sin maestros. Los años setenta y ochenta fueron años de chapuza nacional. Los noventa y dos mil con aquellos jóvenes emigrantes retornados como jubilados, viviendo de la pensión, fueron años de plusvalías financieras, pero todo el mundo era gestor, nadie producía nada. Para producir vinieron jóvenes de otros países, americanos, africanos y europeos.
Para alojar a esos millones de personas, que como los nuestros, eran los mejores de su generación, se construyeron millones de viviendas, los bancos llamaban a un tasador y el este sobrevaloraba la vivienda y en la hipoteca se incluían gastos de escritura, muebles, coche nuevo y unas vacaciones.
 Los incautos fueron pagando mientras tuvieron trabajo, cuatro millones de recién nombrados propietarios fueron pasando a las listas del paro, les ofrecieron billetes de vuelta, pero sus hijos están aquí, su casa está aquí.
 Cuando un tipo tiene pendientes de pago, pongamos cien mil euros de su hipoteca de doscientos mil y no puede seguir pagando, el banco se queda con la casa, la sacan a subasta, nadie la compra y el banco se queda con ella por treinta mil euros. El ciudadano se queda en la calle pero sigue debiéndole al banco que le dio todas las facilidades setenta mil euros. Esto es un robo, la tasación sobrevalorada debería ser una estafa y una falsedad de documento publico del tasador. Pero mire, no hace mucho tiempo un experto me decía que lo importante no es tener dinero, sinó tener crédito. "¿Deudas?" pregunté. "Capacidad de endeudamiento" dijo sonriente.
- Vamos al grano, ¿que futuro ve usted?
- Pues malo, este es hoy un país de viejos. El dependiente más joven de la ferretería donde compro debe tener cuarenta y cinco años, se tiñe las canas y trabaja muy aprisa, pero ya es un viejo. Aunque seamos viejos vitales nos volvemos conservadores, hacemos las cosas como se han hecho siempre, y los que tenemos trabajos más o menos fijos somos gente mayor de cuarenta y cinco años. Para cambiar las cosas es necesario la fuerza, imaginación e ilusión de los jóvenes que la tienen. Les han engañado con cursos y masters, doctorados y segundas carreras, tenemos la generación de parados más diplomada de la historia de la Humanidad. Los empleos precarios, ajenos a su formación con largos periodos de inactividad, les han llevado a los treinta y tantos años sin un trabajo continuado, que es un entrenamiento necesario, sin ingresos y sin poder mover sus propias vidas, sin esperanza. Si es necesario sacrificar a alguien, debemos sacrificarnos los viejos, dejar sitio, aunque ganemos menos.
-Pues los planes de los técnicos son otros...
-Pues si que llevan diez años acertando los técnicos Sr. Sogranez...
-Jose, para de una puta vez, que vaya noche tienes hoy...
-Antes te gustaba dormir conmigo...
Y seguí durmiendo.

A Codorniu.

domingo, 14 de noviembre de 2010

FAREROS 1978.

De izquierda a derecha: Joan Ruiz Solanes, nº 1 de la promoción, fue excluido por pasar de los treinta años, Vivió en Creus, con su compañera, Elvira. Josep María Moral Plana, Decca del Suspiro del Moro (granada) y Palamós. Juan Martínez, Isla de Sálvora y Trafalgar. Mera, Silleiro, Sálvora y Balizamiento de Vigo. Jaume Frontera, Isla de Ons, Cabo de Gata, Palma. Julio Vilches, Faro de Sálvora hasta la actualidad. Elvira Pujol Font, Far de Cap de Creus. Una visita de Palma. Rita Gandolfo. Joan, Juan y Elvira estaban de visita, faltan Florencio y el Charro.
Desde el momento de convocar oposiciones hasta la fecha de los exámenes podía pasar hasta un año.
Así que después de un intento de montar el arca de Noé con unos amigos, una granja ruinosa, me puse a trabajar en una empresa de maquinaria, de vendedor. No podía arriesgarme a irme a navegar mientras esperaba. Si no cumplías contrato tendrías que pagar tus viajes y el del relevo. Los contratos eran de nueve meses y tres de vacaciones. Nunca se sabían las rutas. Los telegrafistas ganábamos entre ochocientos y mil dólares de sueldo, además, por hacer los trabajos burocráticos nos daban el diez por ciento de las ventas de la cantina, unos trescientos dólares más . Excepto en algunos barcos de Capitán español, que él se quedaba con el diez por ciento, pero el telegrafista hacía el curre igual.

Cuando empezó el curso de preparación de las oposiciones me fui a Madrid, fui a la Academia y comencé a estudiar. Desde la última vez que lo había hecho habían pasado ocho años. Las materias eran: Matemáticas, Electricidad, Electrónica, Física, Señales Marítimas, Dibujo lineal y Taller, Nociones de Derecho administrativo y organización del estado (Oral). Eran eliminatorios los dos primeros exámenes, Matemáticas y Taller.
Era una academia en Amor de Dios, se llamaba Zener y aún existe . Al menos el cartel. En el piso de abajo estaba la Academia de danza de Antonio Gades.
El Profesor de Matemáticas y Señales Marítimas era Salas, un funcionario del Servicio de Señales Marítimas, que ocupaba un inmenso despacho en el Ministerio según pudimos ver luego, pero sus conocimientos en ambas áreas eran nulos. Su frase favorita era:" no me preguntéis por que, pero esto es así". El de Electricidad y Electrónica era un Ingeniero técnico de Telecomunicaciones que a la menor se ponía nervioso y se hacía la picha un lío. Era muy bueno el que daba Física y Rafa Alcaraz, también farero e Ingeniero Técnico Industrial, que daba taller. Había treinta alumnos y tres alumnas. Enseguida me asocié con un grupo de seis que nos invitaron a Rita Gandolfo, a mi mujer y yo, a vivir con ellos. A Jaume Frontera le habían cedido una casa de ciento setenta metros cuadrados en la Calle Padilla. Un alma buena que se llamaba María Cassasalles, de Palma.
Montamos la sala de estudio en el comedor, una pizarra, una mesa inmensa y algunas librerías recogidas de la basura. Jaume sabía matemáticas por su formación de Ingeniería, se desenvolvía muy bien en Física, Un chico de Salamanca, que no dí aprendido el nombre, sabía dibujo y mecánica. Yo sabía Electricidad y Electrónica. Cada uno enseñaba lo que sabía y previamente había preparado. Julio Vilches tocaba la guitarra de maravilla y era tan inteligente que resolvía los problemas por lógica, Josep María Moral Plana como su nombre indica era un tipo estable. Liaba los porros para desintoxicar la intelectualidad. Rita Gandolfo, hija de fareros de Cabo de Gata sabía Álgebra. La procedencia y formación era de lo más surtido. Vilches había estudiado Medicina, Rita Empresariales, Josep María había patroneado una Golondrina en la Costa Brava. Florencio era mecánico y estaba macrobiótico. Luego arrasaba con mis guisos. Yo guisaba. Era el más viejo, veintisiete, el único casado y mi hijo Héctor tenía dos años. Mientras preparé las oposiciones se quedó con mis padres. María L., mi mujer, ganaba doce mil pesetas cuidando un niño de la edad del nuestro.
Esos tres meses de preparación dejaron un recuerdo imborrable de camaradería, cariño e inteligencia con todos los concursantes de la casa de Padilla. Lo pasábamos tan bien, que si alguien salía por la noche estaba deseando volver a casa, pues era más divertido.
Jaume compró un buho que vivía en una jaula y comía, cuando le dejábamos solo, parte de la casquería que yo guisaba. Un día, trajeron de la basura un bidé y una bañera, para poner plantas, los pusieron en el comedor, pero nunca trajeron tierra, ni plantas. El búho se largó de la jaula y buscó la oscuridad del motor de una nevera que calentaba, nunca enfrió. Guardábamos allí los apuntes. Hubo que tumbar la nevera para sacarlo, era un armatoste de los años cincuenta. Y así quedó, tumbada, como cualquier nevera que se precie.
En las horas de no estudio, podía verse en el comedor a un tipo tocando la guitarra sentado sobre una nevera tumbada, otro comiéndose un bocadillo de pan integral con tomate dentro de una bañera, mientras conversaba sobre las relaciones de la medidas de las pirámides con otros dos , uno de ellos sentado en un bidé.
Aprobamos todos los de la casa, menos Rita y el Charro. Rita se casó con Jaume y el Charro fue el número uno de las oposiciones a maquinista de Renfe. Meses más tarde, ya en mayo del 79, fuimos a hacer las prácticas a Alcobendas y vivimos directamente en un poblado de gitanos, que estaba al lado del Camping Madrid, en el Kilómetro ocho de la carretera de Burgos, donde llagamos a ser muy populares.

domingo, 7 de noviembre de 2010

POPEYE. Un loro.


Conocí a Popeye de casualidad, en una aldea del Río Pará en el laberíntico delta del Amazonas, se llamaba Afuá. Había pedido prestada una canoa para recorrer la zona con un Japonés que tenía una concesión maderera. En uno de los canales que navegamos había una pequeña motora. Los dos tripulantes nos hicieron señas y nos acercamos, saludos, un poco de fraternidad entre fumadores.
En los sitios donde no hay mucho consumo es bueno llevar objetos que se puedan cambiar: Una botella de alcohol, dos o tres cartones de cigarrillos, una radio a pilas, un cuchillo, una linterna, pilas...
La lancha estaba llena de sacos, unos doscientos, de cincuenta kilos. Tenían las dos manos unidas de la ayuda americana. Lo sabía porque en la escuelita donde fui de pequeño nos daban leche y queso que en las latas traían pintadas las manos y la banda de estrellas. Les pregunté que producto repartían. Soltando el humo por la nariz el patrón dijo:
- Raticida, los americanos nos envían raticida para desratizar la Amazonía.
-Y ¿como lo hacen?.
-Vamos poniendo sacas aquí y allá. Repartimos en los poblados, tratamos de dejarlas en lugares libres del río, pero es igual, llueve y lava todo.
La cara del japonés no movía un músculo. Como si viese "desratizar" el Amazonas todos los dias. El patrón me dijo si le vendía mis cartones de Winston, me quedaban dos enteros. Le dije, mirando una jaula diminuta ocupada por un papagayo y un periquito verde:
-Le cambio los pájaros por los cartones y un encendedor. Puse las tres cosas fuera de la bolsita de tela de colgar.
-Bueno, se nos va la alegría del barco.
Nos despedimos de los barqueros desratizadores y seguimos nuestra excursión remando con las palas hasta un pequeño almacén donde dona María, una mujer de edad, nos alquiló un gancho donde colgar la hamaca, que allí llaman "rede", aunque es de tejido. Compartíamos espacio con diez o doce viajeros.
Cuando, dos días más tarde, un lunes, llegué al barco el Capitán Don José María Berenguer Puvía, me miró con la cara de desagrado y alivio por mi ausencia y por recuperar las comunicaciones de radio con el armador. Creo que en el año que pasamos juntos siempre temió que en una de esas salidas no volviese. En aquel barco perder al telegrafista era quedarse incomunicado.
En mi camarote puse un palo para que los pájaros tuviesen más libertad, pero volaban a la jaula para dormir. El loro silvaba, pero no hablaba. El periquito le daba besos al camarero, que era un señor de Bilbao y le hacía todo tipo de gracias, a parte de darle garbanzos, lentejas o cualquier menu vegetariano. Le enseñó a decir "bonito" y el periquito lo repetía con una curiosa voz de soprano. En la mar los errores se pagan, el periquito cometió uno y no fué capaz de alcanzar el barco. El rebufo de la superestructura del "Sierra Jara" lo alejaba del costado y vimos desolados como seguía volando con nuestro rumbo, pero alejándose hasta perderse de vista.
Al día siguiente de desaparecer el periquito el loro empezó a hacer todas sus mariconadas y otras que nos copiaba, a cantar " la raspa" moviendo el cuello como si bailase, sin partitura, como le enseñó el camarero. Nunca conseguí que cantase la Internacional, debe ser que yo la entonaba mal.
Durante diez meses fue compañero inseparable y alegría del barco, seguimos saliendo a pasear a cubierta, pero nunca osó como el periquito hacer vuelo acrobático con las turbulencias.
Me adoraba, pero cuando lo dejé en casa de mi madre para irme a navegar de nuevo, su amor se convirtió en odio y me largaba un picotazo a la menor oportunidad, pedía de comer, gritando "comer!!!", conocía a mi hijo por su nombre, le gustaba ducharse, avisaba de la presencia de intrusos. Lo cual era un inconveniente a veces, pues mi padre era el conserje de la Delegación de Hacienda y vivía en el edificio. Cuando volvía tarde, él o alguno de los guardias civiles de servicio, que se ausentaban y volvían de madrugada, el loro pegaba tales gritos, que despertaba el Delegado, su familia y lo que es peor mi a madre.
Han pasado quince años desde que murió y treinta y siete desde que lo encontré, pero hay recuerdos que duran y duran... como unas pilas.